SOÑAR DE DÍA

Soñar de día

Ayer fue un día raro. Me pasé la noche soñando que alguien me perseguía. Por la mañana me desperté y seguí soñando. Era casi la hora de las brujas cuando me di cuenta de que a veces los sueños no se apagan cuando suena el despertador. Parece increíble (ahora) pero las cosas que estaba pensando me producían tantas sensaciones que aunque no estuvieran ahí, delante de mis ojos, para mí eran absolutamente reales.

Era como cuando pierdes la cartera, o cualquier otra cosa que te importe, y empiezas a hacer conjeturas sobre cómo la has perdido, o sobre quién te la ha robado… Se te remueve todo por dentro, las sospechas dejan de ser sospechas y se vuelven certezas. Ya sabes quién fue. Y cuándo. La indignación y la rabia se apoderan de ti. O la impotencia, si no puedes hacer nada. Tienes que soltarlo, tienes que hablar con quien sea.

Luego, después de darle vueltas durante horas al molinillo de las ideas, y después de llamar por teléfono, decides darte una ducha para relajarte.

Al tomar la toalla que habías dejado sobre la silla, aparece la cartera.

Esto es soñar de día. Y lo peor de todo es que la mayoría de las veces soñamos sueños espantosos. Sueños que no son más que pensamientos a todo color, en 3D y con extraordinarios efectos especiales. Pensamientos que nos dan nuestra versión particular de «cómo son las cosas», de quién robó la cartera…

Porque la mente no es una cámara sino un pincel. Y no paramos de pintar cuadros.

No te digo que dejes de pintar, que dejes de pensar, pero a veces, sobre todo en esos momentos en que parece que la bruja va a alcanzarnos, vale la pena recordar que no hay que tomarse en serio los sueños.

La realidad no es lo que pensamos…

Niolus

REGRESAR A GUADALUMPUR

Hacer turismo en Malasia, Cartagena de Indias, o Guadalumpur, no tiene ningún mérito. Una vez nos plantamos allí el instinto natural de aventureros nos sale a flor de piel y nos hace ir de un lado a otro sacando fotos. Es el mismo instinto que en la infancia nos vuelve piratas, exploradores, héroes y heroínas… Es lo que nos hace abandonar la comodidad del nido. Alzar el vuelo.

Pero, ¿cuándo fue la última vez que hiciste turismo por tu ciudad, tu calle, tu casa?
¿Cuándo fue la última vez que de verdad estuviste allí?
No de paso, sino con los cinco sentidos.

Porque a veces no estamos presentes en nuestra vida. El cuerpo se queda en la cocina, en la oficina, o donde sea, pero la mente sabe Dios por dónde anda. Y luego nos extraña esa soledad que sentimos, ese vacío…

¿Cómo no va a ser así? No hay nadie en casa. Solo un maniquí que asiente con la cabeza y contesta cuando alguien le habla. El maniquí se delata por sus gestos mecánicos, repetitivos…

-Fuma sin parar con la mirada perdida.
-Toma una copa tras otra sin saborearlas.
-Se come las uñas sin ni siquiera darse cuenta.
-Piensa y piensa una y otra vez la misma idea.

Son gestos tan automáticos que a veces no podemos pararlos. Sin embargo tienen una razón de ser.

Te están diciendo: muévete, sal de aquí, no me gusta este sitio, este preciso momento.
Curiosamente la mayoría de las veces no se trata del sitio, ni del momento, sino de la historia que nos estamos contando. Es de ahí de donde hay que salir. De los pensamientos.

¿Cómo se hace esto?

Algunos meditan. No es una mala costumbre, pero tampoco es necesaria. Al fin y al cabo hemos vivido en el presente toda la vida y no meditábamos. O quizá es que meditar sea solamente estar en lo que haces.

Podemos usar las mismas herramientas con las que salimos del momento, para salir de la mente y volver aquí:

-Fumarnos el aire, ser conscientes de los olores que nos rodean, de la sensación de la brisa, del calor.
-Bebernos los sonidos, dejarnos envolver por ellos, escucharlo todo como si fuera música.
-Comernos los colores, apreciar la composición de color, luz, movimiento, en las calles, el cielo, las gentes… Vivimos en una obra de arte. Somos parte de ella.
-Pensar solo en lo que tenemos delante, en este preciso momento. Todo lo demás no existe. Ahora.

Lo mejor de todo es que una vez que sales de la mente te encuentras con el presente. No hay pérdida.

Y cuando estás en el presente cualquier sitio es Guadalumpur.

Disfruta el viaje. Y, si quieres, mándame una postal cuando llegues.

Niolus

biting nails

JUGAR AL MIEDO

Hubo un tiempo en que no había lugar ni tiempo para ese extraño mundo de las preocupaciones. Una época en que cada momento era único y el siguiente impredecible e ilusionante, ¿qué nos traerá mañana?, nos preguntábamos con una sonrisa por la noche mientras nos dejábamos caer bajo las sábanas. ¿A qué jugaremos?

Cuando la preocupación apareció en escena, disfrazada de amor, disfrazada de interés genuino por ese mismo día de mañana, comenzó a pintarnos un mundo en el que el futuro seguía siendo incierto, pero eso sí, no tan divertido. La pregunta pasó a ser

¿Qué me ocurrirá?

Y la incertidumbre se volvió oscura y tenebrosa.

Es más, el pasado y el presente empezaron a perder todo su brillo y su sentido.

Como si lo único importante fuera lo que vendría a partir de ahora.

Pronto empezamos a darnos cuenta de que, en pequeños instantes, a lo largo de todo el día, abandonábamos el momento. Habíamos empezado a irnos. A soñar con otro tiempo “mejor.”

Para cuando llegamos a adultos el mecanismo de la preocupación (es decir, de vivir fuera del ahora) estaba totalmente establecido. Habíamos conseguido dejar de estar en el presente casi por completo, con muy raras excepciones. Teníamos que recurrir a cosas extraordinarias como la meditación, para conseguir lo que antes sentíamos, sin esfuerzo, a diario. Y lo más curioso es que ahora este hábito insano de preocuparnos y de negarnos a vivir hasta que se solucionaran los problemas, se había vuelto totalmente invisible.

Es por eso que cuando una noche nos encontramos dando vueltas sin poder pegar ojo, o comiéndonos las uñas, ni se nos ocurrió que nuestro problema tuviera algo que ver con la preocupación (algo invisible a nuestros ojos y además perfectamente natural) del mismo modo que un alcohólico se negaría a admitir que sus problemas tengan que ver con el alcohol.

El alcohólico pensaría que, en todo caso es posible que beber no solucione sus problemas, o incluso que los aumente, pero que si no tuviera esos problemas no bebería.

Es decir, muerto el perro se acabó la rabia.

Cuando nos preocupamos pensamos exactamente igual, ¿cómo vamos a dejar de preocuparnos? lo que necesitamos es arreglar los problemas y luego ya se irán las preocupaciones.

Que me toque el gordo y ya verás como me despreocupo.

Pero se nos olvida un detalle muy importante: la preocupación no tiene ninguna razón de ser. Ni con gordo, ni sin él.

Al repasar la historia de cómo la preocupación entró en nuestras vidas nos damos cuenta de que las cosas son muy diferentes a como solemos verlas. Y quizá mucho más fáciles.

Recuerda: la preocupación entró disfrazada de amor.

De ahí hemos sacado que si queremos de verdad a alguien (empezando por nosotros mismos), en cierto sentido nuestro “deber” es preocuparnos. Es decir, sufrir de antemano por ellos. En el fondo de nuestra mente o de nuestro corazón deben quedar resquicios de una superstición reminiscente de los antiguos sacrificios humanos que nos dice que si sufrimos lo suficiente ahora, nos evitaremos sufrir en el futuro. O que si sufrimos lo bastante, vendrá alguien a ayudarnos.

Sin embargo la vida no funciona así. En realidad preocuparnos nos ayuda tanto a resolver los problemas como mordernos las uñas.

Morderse las uñas, roerse, reconcomerse, es la metáfora física perfecta para el mal interno del que estamos hablando. Para esa costumbre, ese hábito de no andar en el presente. De soñar pesadillas despierto y no descansar cuando tenemos que hacerlo.

Vamos a aprender a dejar de mordernos las uñas por dentro y por fuera. A dejar de preocuparnos. Dos, por el precio de uno.

Por lo pronto ya sabes dos cosas que van a ayudarte:

-Preocuparse no significa querer.

-Preocuparse no significa solucionar problemas.

Vamos a empezar despacito. Imitando los mismos pasos con que la preocupación entró en nuestra vida. No nos vamos a comprometer a dejar de preocuparnos de golpe sino que, por el contrario, vamos a empezar a “huir” por ratitos, a ese momento presente del que vivimos tan alejados… Lo importante es confundir al enemigo. Y divertirse haciéndolo.

Un abrazo

Antonio Luis Gómez (Niolus)NIÑAS JUGANDO PLAYA